Las palabras son decretos y abren espacios emocionales.
La palabra es la manifestación del pensamiento, con ella se crea el lenguaje a través del pensamiento simbólico.
Las palabras pueden tener diferentes connotaciones aún queriendo decir lo mismo.
No es lo mismo llamar tímido que cauto a un niño que tiene un comportamiento aparentemente poco sociable.
Un niño tímido es aquel que se esconde, es pasivo, a diferencia del niño cauto que elige con quién se relaciona, luego es proactivo. Cuesta lo mismo hablarle en un término o en otro, pero la actitud que adopta según el adjetivo que le pongamos a su comportamiento, le dará más o menos (o ninguna) seguridad en sí mismo.
Lo mismo sucede por ejemplo cuando llamamos «cabezota» (connotación negativa) a alguien que se empeña en arreglar algo que pensamos que ya no sirve, pudiendo ser insistente (connotación positiva) por su empeño en encontrar una solución (que además suele encontrar)
Las palabras que pronunciamos sobre la realidad, las que utilizamos al comunicarnos con los demás o hacia nuestra persona, crean una realidad acorde al significado y connotación de cada una de ellas.
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